La pelota de tenis gualda ha cumplido este año medio siglo de existencia.
El denominado amarillo óptico es el color oficial de la mayoría de los 290 modelos de pelotas existentes, producidos con el sello de 54 marcas, aprobados por la Federación Internacional de Tenis (ITF) para la temporada 2022.
Pese a ello, el color blanco permanece en catálogo junto al rojo, naranja y verde -concebidos para iniciación-, todos aceptados por la ITF. Sin embargo, también se pueden encontrar en el mercado pelotas personalizadas y elaboradas en rosa, morado, negro o en distintos tonos de azul.
Ahora bien, originalmente y durante un siglo, las pelotas de tenis fueron blancas o negras, según la superficie de juego.
Fue en 1972 cuando el blanco de competición dio paso al amarillo fluorescente, esencialmente empujado por los acontecimientos transmitidos por la televisión ya a color, superando la etapa de la tele en blanco y negro.

Parece ser que un encargado de las transmisiones de la BBC (Wimbledon incluido a finales de los años 60), y reconocido documentalista como David Attenborough, intervino en una de las primeras emisiones a color, donde se puso en evidencia la visibilidad de la pelota blanca, máxime si esta se aproximaba a las líneas del rectángulo de juego.
Con el deporte incluyendo a jugadores profesionales y la televisión dando mayor cobertura a los torneos, la ITF encargó un estudio del que se desprendió que la pelota amarilla era más visible y, por tanto, más fácil de seguir su trayectoria para los telespectadores; por lo que, en ese 1972, la Federación aprobó una regla que contemplaba que todas las pelotas ofrecieran una superficie uniforme y de color amarillo o blanco.
Cierto es que, como explicó el historiador de tenis argentino Eduardo Puppo, en ese estudio se probaron otros colores, pero las condiciones de la imagen televisiva y el color de las diferentes superficies de pista obligaron a garantizar un claro contraste. De este modo, a partir de 1972 comenzó a jugarse, de manera experimental, con pelotas amarillas; si bien se seguían empleando los esféricos blancos en competiciones oficiales de los años siguientes.
Paradójicamente, fue la organización de Wimbledon la que no aceptó el cambio hasta 1986, pese a las dificultes de visibilidad, manteniendo hasta entonces las bolas blancas en su torneo.

Así pues, hasta los años setenta del siglo XX y por espacio de casi un siglo, los pequeños balones del tenis fueron generalmente blancos (blanco hueso o blanco sucio, más bien), aunque, como ya hemos comentado, existía la variable negra para distinguirse mejor en otras superficies.
La pelota de nuestro tiempo parte, prácticamente, del Lawn Tennis de finales del siglo XIX, pero antes del juego sobre hierba, ya existía una bola para la práctica del original juego de la palma (jeu de paume) francés y del Real Tennis inglés, que se practicaban bajo techo, a un lado y otro del canal de La Mancha; como también del Court Tennis americano o del Royal Tennis australiano.
Hasta tiempo muy reciente sólo se contemplaba un tipo de pelota para el juego y la competición, pero el esférico sí que evolucionó en su construcción.
¿Cómo es una pelota de tenis?

Inicialmente, en tiempos del Real Tennis, partieron de una envoltura esférica cosida de cuero o tela rellena de trapos, crin de caballo, té e incluso de cabellos humanos -cuenta la leyenda que de los campesinos que las fabricaban-; también se elaboraron con corcho. En tanto que las pelotas de tenis siempre se basaron en el caucho.
En la década de 1870, coincidiendo con el tenis sobre hierba, se empleó el caucho de la India, obtenido mediante un proceso de vulcanización inventado por Charles Goodyear en los años 50 del siglo XIX, para elaborar unas pelotas que estaban forradas con lana. Como la goma se deterioraba con el uso, gracias a una especie de franela cosida alrededor del núcleo de caucho el esférico mejoraba en prestaciones y durabilidad.
Ya en los albores del siglo XX se pasó de aquellos balones de caucho vulcanizado a los de núcleo hueco presurizado con gas, que se fabricaban según el principio de la hoja de trébol, por el cual la lámina de caucho sin curar se estampaba en forma semejante a un trébol de tres hojas y se ensamblaba en un espacio más o menos esférico. Antes de cerrarlo, se añadían productos químicos que producían el gas presurizado y se activaban al moldear el núcleo hasta conformar la esfera en cavidades calentadas.
El proceso fue útil durante muchos años, pero la precisión en el juego requería de mayor uniformidad en la esfera, especialmente en cuanto al espesor de las paredes, por lo que la hoja de trébol dio paso a dos medias cáscaras moldeadas por compresión, que se ensamblaban para crear el núcleo de goma recubierto de tela tipo melton (lana de alta calidad) -producida específicamente para sustituir a la franela original-, con una costura de goma vulcanizada.

Así, hoy en día, el núcleo de las pelotas presurizadas parte, generalmente, del caucho natural (72 partes en peso) con una alta carga de relleno de partículas finas -como arcilla (40), caucho de butadieno (28), carbonato de calcio (20), carbonato de magnesio (8), azufre (3,5) y óxido de zinc (2,5)- para conseguir una baja permeabilidad al gas.
En cuanto al caucho, y siguiendo los orígenes de Goodyear, por ejemplo, Dunlop se sirve de su experiencia en el mundo del neumático (desde los años 20 del siglo XX) para fabricar los núcleos de sus balones, como Tecnifibre emplea el caucho natural junto a otra acreditada compañía de ruedas, Bridgestone.
Para inflar las pelotas, la industria se sirve de productos químicos como nitrito de sodio y cloruro de amonio, que producen nitrógeno, o mediante aire comprimido. Hay fabricantes que emplean la composición del aire natural en la presurización de sus bolas (78% nitrógeno, 21% oxígeno y 1% de argón, dióxido de carbono y algún otro gas).
Para el forro del esférico se suelen emplear dos tipos: tela melton, de mayor cantidad de lana, y tela de aguja, con mayor contenido de fibras sintéticas y más económica. De ahí la diferencia entre pelotas premium y championship.
Se consideran premium por el mayor empleo de fibras naturales o la combinación de lana y fibras sintéticas de nailon -en ocasiones aparece el algodón-, lo que es sinónimo de durabilidad, resistencia, consistencia, buen tacto y mantenimiento de presión más tiempo; mientras que el tipo championship se basa más en las fibras de nailon -menos lana natural- o en el denominado fieltro punzonado (habitual en el aislamiento térmico y acústico). Para un nivel más básico, se utiliza fieltro sintético al cien por cien, como en las pelotas despresurizadas.

Tipos de esféricos aprobados
Los casi trescientos modelos de pelotas aprobados por la ITF para 2022 se fabrican mayoritariamente en Tailandia, Filipinas, China y Taiwán, e incluso en Argentina, Brasil, Indonesia e Italia.
Hasta que se introdujeron las llamadas pelotas de altitud, en la reglamentación de 1989, sólo se permitía un tipo de bola de tenis.
En la actualidad, existen ocho tipos. Más allá de las pelotas para iniciación, como son las de la denominada etapa 3, rojas de espuma y rojas estándar (roja y amarilla), la etapa 2 -naranja y amarilla- y la etapa 1 -verde y amarilla-, y de las despresurizadas; están las clasificadas por la ITF como tipo 1 o rápidas, diseñadas para superficies lentas como la tierra batida; tipo 2 o medias, presurizadas o despresurizadas, concebidas para todo tipo de superficies, como pistas semi rápidas de cemento o indoor; tipo 3 o lentas, de mayor diámetro que las anteriores, previstas para pistas muy rápidas como las de hierba; y las de altitud elevada, para competiciones por encima de 1.219 metros (4.000 pies), de las que hay homologados trece modelos de ocho marcas.
Las pelotas de tipo 1 y 3 se introdujeron en el reglamento hace justo veinte años (2002).
Para la clasificación de estos esféricos capaces de volar a 250 kilómetros por hora y que pueden rotar a más de 5.000 revoluciones por minuto, la Federación Internacional de Tenis considera, en los exámenes previos, medida, peso, presión, rebote, deformación, aerodinámica, velocidad, resistencia o durabilidad; en función de las superficies de juego, rapidez y altitud, la temperatura, la humedad y la presión atmosférica.
La bola de hoy pesa entre 56 y 59,4 gramos y su diámetro se sitúa entre 6,54 y 6.86 centímetros (para las de tipo 1, 2 y altitud), entre 7 y 7,3 cm para tipo 3; y su bote debe de estar entre 1,35 y 1,47 metros cuando cae desde una altura de 2,54 metros.
Reciclaje

En pleno siglo XXI, y cuando ya se han rebasado cifras de producción de pelotas de 500 millones al año -entre los cuatro torneos de grand slam el consumo ronda una media de 250.000 unidades por año, siendo de unas 160.000 entre los ocho masters 1000 de esta temporada-, la preocupación radica en el reciclaje de esos balones -que solo en España rondan los 10 millones de unidades por campaña, entre tenis y pádel-, cuyos materiales podrían tardar en descomponerse más de dos mil años.
Al respecto, hace ya unos años que varios ingeniosos han trabajado y evolucionado en sus aparatos presurizadores, como Ball Rescuer o PressureBall, que posibilitan mantener y recuperar la presión de la bola, alargando su vida hasta en seis y diez veces, conservando su capacidad de rebote hasta que el fieltro se desgasta.
La compañía Head ha lanzado recientemente cuatro tipos de presurizadores: X3 Black y X3 Pump, para 3 pelotas, X4 Pump, para cuatro, y X100 Basket, para hasta 103 pelotas; los tres últimos no solo mantienen la presión, sino que la recuperan.
Las pelotas que se reciclan, sin salir de nuestro país, contribuyen a la insonorización de espacios, a la construcción de superficies de juego con base de caucho (Roland Garros, por ejemplo, dentro de su programa ‘bola amarilla’, reaprovecha las usadas durante el torneo para la construcción de superficies para pistas) o a la fabricación de ropa y calzado, como la iniciativa de la empresa No Time, cuyos jóvenes fundadores recogen los pequeños balones de las pistas de tenis y pádel madrileñas, los envían a triturar para luego producir zapatillas en colaboración con la Fundación A La Par, donde trabajan personas con discapacidad intelectual.