Dos frases de Manolo Santana, de principio a fin:
Cuando conoció el tenis “no me podía imaginar nunca que unos señores con pantalón largo y señoras con falda larga podían desarrollar un deporte tan bonito como el tenis”.
Hoy, a los 80 años y medio, “juego con una gran ilusión porque me gusta muchísimo y me llena de satisfacción haber sido, un poco, el artífice de que el tenis sea tan conocido en España”.
Hierba buena
Manolo Santana Martínez dio el salto a la gran fama desde la hierba de Nueva York y Londres hace más de medio siglo.
A finales de 2018, Santana disfruta jugando al tenis en ‘su pista de hierba (artificial)’ del Racquets Club MS de Marbella a sus 80 años y medio.
Con 10 años vio por primera vez una raqueta de tenis, en el Club de Tenis Velázquez del centro de Madrid, y como no tenía ninguna posibilidad de disponer de raqueta alguna y le encantaba y veía mucho tenis; afirma que “cuando tuve un rato libre y como no tenía otra solución, me busqué el respaldo (enteramente de madera) de una silla, arranqué otra pieza para hacerme el mango y de ahí me hice una especie de raqueta y allá que daba mis raquetazos”. Por suerte, alcanzó su primera raqueta de verdad heredada de un socio del club, que estaba combada, “y o le dabas en el centro o la bola se iba. Era muy complicado”, para Manolo.
A los 14 años murió su padre y unos socios del club de tenis -la familia Romero Girón- (que nunca olvidará Santana) le medio adoptaron y comenzó a jugar por las tardes, estudiando por las mañanas. Ellos le pagaban todo. Decía Manolo: “¿quién me iba a patrocinar, entonces? si la gente no sabía si la pelota era redonda o cuadrada, no tenía ni idea del tenis; y era lógico, después de tantos años de problemas, solamente podían jugar al tenis los que tenían la posibilidad económica”.
Con apenas 16 años, pareció adaptarse bien a la pista rápida. Jugaba en el Frontón Recoletos (único lugar cubierto que ofrecía posibilidades) y luego en madera en el pabellón de la Ciudad Deportiva del Real Madrid.
Entrenaba y jugaba donde podía y las circunstancias le permitían, pero no pensando si luego iba a jugar sobre dura o sobre tierra. “Hoy es bien distinto”, dice el madrileño.
A los 17 años empezó a viajar y su primera parada fue disputar el junior de Barcelona, en tierra batida. Por entonces, entrenaba en la tierra del Club de Campo y del Velázquez, donde se inició.
Con 23 años recién cumplidos ganó su primer Roland Garros, repitiendo con 26 años (1964) y en dobles un año antes. También ganó el Open USA de 1965 (antepenúltimo de la era amateur y sobre hierba) y en la siguiente temporada agrandó su historia, triunfando en Wimbledon en 1966, mismo año en que fue nombrado número 1 del planeta.
Tomó parte en el debut del tenis en los Juegos Olímpicos de Méjico en 1968, como deporte de exhibición, y se hizo con la medalla de oro.
Santana reconoce que “aprendí de los australianos pegar un golpe liftado, que con las raquetas de madera era prácticamente imposible, pero lo hacíamos porque no teníamos otro remedio. Jugar así afortunadamente me dio mis frutos”.
Precisamente, fue uno de los tenistas más grandes de la historia, el australiano Rod Laver, ganador del grand slam en la misma temporada y para Manolo el arquetipo de número uno “porque tenía una facilidad impresionante para jugar, siendo bajo de estatura como yo”; dijo del madrileño que era un mago en la tierra batida, que enviaba la bola a los ángulos más increíbles y que le volvía loco con sus globos y sus dejadas; y, como mejoró mucho su volea, también se hizo peligroso en hierba.
También derrochó entusiasmo fuera de la pista, hasta lograr un masters 1000 para Madrid en 2002, de la mano de Ion Tiriac; torneo del que fue director y desde 2018 presidente de honor.
Santana asistió, en agosto de 1973, al establecimiento del ranking profesional, y al respecto del cambio de amateur a profesional opinaba no hace mucho: “El tenis es uno de los pocos deportes en el que cuesta trabajo cambiar las reglas establecidas hace mucho. La entrada de la ATP ha supuesto una evolución tremenda y que acabó con problemas anteriores, como si se podía pagar premios y la fórmula de hacerlo. La llegada de la ATP ha ayudado a muchas ciudades y clubs a la hora de hacer los torneos, y controlados por ellos. Era un paso necesario. Antes, había una serie de jugadores que pedían dinero por jugar y, quizás, no tenían ese valor; por eso el sistema actual es muy bueno, donde los jugadores luchan por la puntuación al final de año y poder acceder al masters. Más allá de pensar en los premios en metálico, piensan en los puntos, como profesionales”.