La cita impeRFecta

imperfectacita

NACHO MÜHLENBERG
Llevas tiempo queriendo quedar con esa chica o ese chico que tanto te ilusiona.. Lo planeas, lo idealizas, lo imaginas y lo sueñas. Cierras los ojos y disfrutas de ver cómo puede llegar a ser ese día, esa cita y se encuentro. La noche anterior te vas a dormir pensando en que, al despertar, será un día perfecto.

Estas sensaciones y estas citas no son nuevas. Ya las viviste anteriormente. No te pillan por sorpresa, pero sí que la saboreas y la vives como si fuese la primera. Eso es amor. Sabes que no defraudan, que te sorprenden, que te emocionan y te hacen vibrar. Esa piel de gallina y ese cosquilleo que te genera pensar en ese reencuentro, te hacen sonreír y disfrutar.

Se va acercando la hora. Tu encuentro está planeado a las 16:00 hs. La lluvia es el único impedimento, a priori, de que salga mal. Pero no es así. Luce y brilla el sol. Todo tiene que ir bien. Vas impacientándote y mirando el reloj una y otra vez.

Te perfumas, te peinas, te lavas los dientes… te miras en el espejo, te vuelves a peinar, te cambias la ropa. Vuelves a sacar todo el armario… y tu habitación queda hecha un despelote. Pero tú, de ahí, sales impoluto. Todo saldrá genial. Respiras hondo, pecho inflado y a por todas.

Son las 16:00. Es la hora. No es una cita más, es LA cita. Un breve calentamiento de cinco minutos para ponernos al día y la empezamos oficialmente. Todo es ‘ji ji, ja ja’ hasta que casi sin darnos cuenta la cita comenzó y estamos sumergidos en ella. Llevábamos tanto tiempo esperándola y ahí estamos.

Todo empieza genial. Risas, nervios, cosquilleo, gritos, y hasta aplausos. Curioso.

Pero de repente, algo se trunca. La cita a la que habías llegado con tantísima ilusión ya tiene un ‘pero’. Pasan 5 minutos más y tiene otro ‘pero’. A los 20 minutos los ‘peros’ están por todas partes, abundan.

No estás a gusto. No es como habías imaginado. Todo va muy rápido y casi no hay cita. Algo que tenía que ser de a dos, no lo es. Sólo uno está en cuerpo y mente. El otro no. Uno está anulado. Comido. Devorado por el otro. ¿Qué está pasando?

Estás descolocado. Habías puesto muchas ilusiones en ella y no está saliendo como lo habías pensado. ¡Joder! Qué rabia…

Pero aguantas ahí en tu sitio. Hay cosas que se pueden revertir. Has visto y vivido tantas situaciones que sabes que hasta que no te despides y se da por terminada la cita, todo puede pasar.

Pero esta tiene un rumbo escrito desde el comienzo. No va a ir bien. O sí. Según cómo se mire. Pero las ilusiones del comienzo se esfuman. Y te dejas llevar. Sabes que la cita no estuvo a la altura de las expectativas. No por el resultado final, sino por el juego en ella. Porque en una cita de dos, sólo estuvo presente uno.

Son las 17:25 y la cita llega a su fin. Poco más de una hora. ¿Tanto para esto?

Hora de marcharse. Tiempo de reflexión. Tal vez las citas más hermosas ya las hayamos vivido. Nos quedamos con unos sentimientos y emociones que perduran más que unos recuerdos.

Esos llantos, esas risas, ese asombro, esos nervios, esos aplausos, esa incertidumbre, esa guerra, esa batalla, esa disputa, esos enfrentamientos ya no son lo que eran. Esas citas están descafeinándose.

Y eso duele.

Duele y lastima porque amas esos encuentros y esas citas. Adoras a Federer. Adoras a Nadal. Son leyenda viva del tenis. El clásico más grande de la última década, y probablemente de la historia del tenis.

Nos hicieron levantar del sofá, del asiento, de la tribuna o de la cama. Nos hicieron gritar, reír, llorar y vibrar. Dieron una vuelta de tuerca más al tenis. Hicieron que este deporte ganara adeptos por todo el mundo gracias a ellos, a sus citas y a sus batallas.

Y en Roma, la cita no estuvo a la altura.

Te lo confieso; soy sentimental y pasional. Creo en el amor. Me gustan las segundas oportunidades. Llámame iluso e inocente pero puedo dar dos, tres, siete y hasta 14.

Federer y Nadal nos han ofrecido 30.

Yo, como romántico del tenis, quiero una revancha. La quiero ya. Quiero la número 31.

La del domingo en Roma la cuento como una más.

Pero sin lugar a dudas, fue la cita impeRFecta.