Mi hermando Javier, entrenador de tenis, escribe en su muro:
“Hace unas semanas voy a trabajar en coche, 8:40 y en la radio escucho a un tertuliano, creo que se llama Ignacio Varela, hablando sobre las generaciones de antes y ahora. Voy a poner todo el texto, variando pocas cosas. Os recomiendo leerlo y comentarlo.
«Con demasiada frecuencia los padres vuelcan sobre sus hijos sus frustraciones, sus complejos y gran parte de su narcisismo. A menudo nuestros hijos se nos parecen y así nos dan nuestra primera satisfacción. Primera reacción narcisista, que el niño se me parezca es una satisfacción, no parece lógico, lo lógico sería que el niño sea guapo, sano, robusto. Si tu eres una birria, por que buscamos un espejo en el que mirarnos»
De lo que hablamos es del egoísmo de los padres. Mi tesis es que, con demasiada frecuencia, lo que buscamos no es hacer felices a nuestros hijos, sino que ellos nos mejoren, nos hagan felices a nosotros. Lo que pasa que en cada generación se plasma de una manera distinta y eso a su vez nos da pistas sobre las frustraciones, los complejos, las obsesiones en cada generación, cada momento histórico.
La generación de mis padres querían que sus hijos fuesen a la universidad, que fuera médico, ingeniero, abogado, y si el niño decía que quería ser cantante o pintor, que eran gente de mal vivir pues había trauma familiar. Se pretendía usar al niño de ascensor social, que nos hiciera subir un peldaño de Status en una sociedad que era más clasista que la actual. Por tanto se les exigía que hicieran lo que sus padres se quedaron sin hacer, por eso en mi generación hay un montón de vocaciones frustradas y de vidas infelices porque se trataba de hacer felices a los padres para que pudieran enseñar nuestro título y presumir del nuevo Status.
Y los de mi generación crecimos y tuvimos hijos, fue un verdadero desastre porque ya era la época que el padre y la madre trabajaban, tenían carreras profesionales de éxito, estaban sumamente ocupados y como consecuencia tenían poco tiempo para estar con sus hijos y se sentían culpables por ello. Por eso, por liberar su culpa criamos (colectivamente) una generación de pequeños tiranos, porque la compensación era darles todo, colmarlos con la abundancia, no negarles ningún deseo. El niño era el que mandaba en la casa, el que decidía lo que se comía, manejaba el mando del televisor, es decir, nos olvidamos de enseñar a nuestros hijos el significado de la palabra NO. Les educamos en la omnipotencia de la voluntad “esto quieres, esto tienes”. Ya sabemos como es un niño cuando sabe que tiene el poder. Por eso cuando todos esos pequeños tiranos, habituados a la satisfacción perpetua chocaron con la vida adulta y sobre todo, chocaron con la crisis, se produjo la tragedia y damos un nuevo paso adelante en la historia, llegamos a los jóvenes padres actuales.
A los que alguien les dijo alguna vez que eran la mejor generación preparada de la historia y no les sirvió de gran cosa porque siéndolos se enfrentaron a la crisis, a la precariedad laboral, a los infraempleos y una obsesión brutal por la competitividad. Por eso esta generación de padres actuales no quieren criar niños normales, sino superniños. Quieren triunfadores en la época de máxima competitividad, quieren fabricar gladiadores, atletas de la vida. Se buscan niños que antes de los 10 años hablen, no dos idiomas, sino 4, que practiquen varios deportes y que en todos sean los mejores, que sepan solfeo, robótica, teatro, que conozcan 15 o 20 países y los programamos así para luego exhibirlos como si fuesen trofeos, como nuestra obra. Es verdad que esta es la generación de niños más sobreestimulados de la historia. El niño tiene que estar a tope desde que se levanta hasta que se acuesta, absorbiendo como una esponja, haciendo algo siempre útil, se los educa como se prepara a los deportistas de alta competición, máximo entrenamiento para obtener el máximo rendimiento, máxima competitividad. El compañero como al rival que hay que superar y por el camino se nos olvida que aprendan algunas cosas elementales, la tolerancia, la creatividad, el trabajo de equipo y sobre todo la pausa como dice la Psicóloga Alicia Banderas “son seres alérgicos a la paciencia, alérgicos a la soledad y alérgicos a eso tan importante que es el aburrimiento.
En un reportaje ha salido un centro escuela que se llama Mozart kids, es una especie de centro de alto rendimiento para niños de hasta 12 años. El nombre ya lo delata. No queremos un niño que disfrute de la música, queremos a Mozart, y si juega al futbol un Messi, y si juega al ajedrez un Bobby Fischer. Alguien debería explicarles a esos padres dos cosas, Que Mozart, Messi hay pocos y que probablemente sus vidas no son precisamente ejemplos de vidas felices. Yo recomiendo que la gente lea las memorias del tenista André Agassi, que son todo un ejemplo de eso. Los padres lo programaron para eso, para ser un gran tenista. Cuando se encontró con Steffi Graf, ésta le confesó que odiaba el tenis, resultó que eran dos personas profundamente infelices.
Todos hemos vivido lo de ir a un campo de futbol el fin de semana donde están los niños jugando y el espectáculo no son los niños, son los padres, que son auténticas fieras. Son gente que se pelea, insultan al árbitro, que les transmiten a sus hijos lo peor de lo peor. Y por eso la pregunta del millón es: ¿Que queremos? ¿Que los niños sean felices o nos hagan felices? El mayor daño que se le puede hacer a un niño es hacerle perder su infancia, que a los 6 años no se le permita hacer la vida de un niño de 6 años porque nunca van a volver a tener 6 años y a estos padres les pasará lo que dice Serrat en su canción. “Esos locos bajitos”…
¿Viene todo esto de la idea de que la «vida no es un juego» sino que la «vida es una lucha» y por eso nuestros niños deben dejar de jugar y llenarse de habilidades y armas para salir triunfantes de la batalla?
¿Deben nuestros jugadores más jóvenes ser perfectos, llenarse de habilidades y recursos para ganar la batalla? y es sólo responsabilidad de los padres que las generaciones futuras sean de una u otra manera? Yo estoy convencida de que no. Cada vez tengo más jugadores que tienen un nivel de autoexigencia enorme y se enfadan cada vez que las cosas no salen como quieren en pista. Se enojan, insultan, tiran o rompen raquetas. Ayer mismo estuve viendo un partido de una jugadora de 14 años jugando la semifinal de Sub 18. Golpes fuertes y actitud negativa. Su madre para ayudarla me contrata y la jugadora no hace nada de lo que hablamos. Sigue insultando, tirando raquetas e insultando a su madre que desde las gradas mira el partido y se avergüenza del comportamiento de su hija. ¿Y ahora? Soy de la opinión que somos todos responsables, los padres, los entrenadores, los organizadores del torneo, los profesionales como yo de la psicología. No se trata de buscar culpables. Cuando esta jugadora se comporta así no se merece jugar la final. El torneo debería sancionarla, la madre sacarla del partido después de insultarla, los entrenadores no ceder ante el enfado en los entrenamientos. Estos jugadores indomables están pidiendo a gritos que se les pare, que se les ayude. Ellos sufren y no saben cómo pararse. Nos muestran una laguna en nuestro sistema. Son niños tremendamente dulces que se transforman en pista y todos se lo consentimos. Necesitan consecuencias para poder parar este comportamiento disfuncional. Están pidiendo a gritos consecuencias. Si se comportan así y tienen el ultimo iPhone, en unos días se van a Mallorca a entrenar y además juega un torneo detrás de otro, sinceramente, yo si fuese mi jugadora tampoco cambiaba mi actitud. ¿Para qué si todo va de maravilla?
Ahora, si el torneo me expulsa, mi madre me prohíbe jugar al tenis o no me lleva a ningún torneo hasta que deje de enojarme e insultarla y mi entrenador cada vez que tengo un mal gesto, me saca de la pista a hacer otras cosas, entonces me lo pensaría antes de molestarme por todo, gritar e insultar. A la más mínima hay que actuar y cuanto antes mejor. Es labor de todos. Nadie en solitario podemos cambiarlo, ni los padres, ni los entrenadores, ni yo como psicóloga y mental-coach. Los Psicólogos no tenemos la barita mágica y sin la intención de cambio del jugador, no es posible una transformación. Es como ir al médico y luego no tomar las medicinas, no te curas. Aquí no hablamos de habilidades mentales en tenis, si no de educación y cultura. De formas de enfrentar la vida y los problemas. Pocos son los deportes, donde los deportistas más jóvenes insultan y rompen materiales. Nadie sale de la zona de confort porque sí. Sólo si el precio que pagas es más alto que el beneficio. Así que todos consentimos este desarrollo del tenis y todos somos responsables para que no haya más Kyrgios en el tenis.
La rebeldía no es más que una llamada de atención, pidiendo esos límites que necesita. Algunos me dicen que el entrenador no va a sacar de la pista al jugador porque sabe que sus padres le llevaran a otro sitio. El caso es que pedimos a nuestros jugadores que sean valientes en la pista y nosotros, los adultos, no lo somos. ¿Por qué?, ¿de qué tenemos miedo? ¿cuáles son nuestras carencias. Entre todos estamos enfermando al tenis, haciendo que deje de ser un juego para ser un cultivo de conductas disfuncionales, de chicos frustrados y rebeldes.
La carencia y el miedo nos puede a todos, padres, entrenadores, profesionales, jugadores. Como diríamos en España hay que echarle más «pelotas». Además, esta generación de «enojados romperaquetas» nos están indicando donde nosotros los profesionales, padres y responsables del tenis hacemos cosas que no funcionan y qué hay que mejorar. Por eso benditas raquetas rotas que nos dan un toque de llamada que lo que cada uno de nosotros hace, que tampoco funciona.
¿Qué pensáis vosotros?