BRUNO BERGARECHE
Nadie duda que Wimbledon sea, probablemente, el torneo de tenis más prestigioso del calendario. Los jugadores visten de blanco impoluto, las pistas de hierba tienen un verde que parece pintado y los jueces van vestidos con sus trajes al más puro estilo británico. Dentro de una temporada tan cargada, las dos semanas en el sur de Londres son un cambio de rutina. Tras la temporada de tierra batida, el giro radical en el juego supone un shock al que hay que acostumbrarse muy rápido si no quieres que venga y se vaya sin darte cuenta.
En Wimbledon, además, la clasificación del ranking mundial queda relegada un poco y se ven historias de underdog que tanto gustan en Reino Unido. No hay mejor ejemplo de esto que el triunfo del croata Goran Ivanisevic en SW19 en el año 2001 siendo wild card.
Pero hay una cosa que no cambia y es perjudicial para los jugadores. El juego en la pista central y la pista número uno empieza a la una de la tarde, mientras que las demás pistas arrancan a las 11:30. Es decir, más tarde que los otros tres grandes. Teniendo en cuenta que en Wimbledon va a llover sí o sí, se están quitando horas de juego fundamentales que ayudarían a no congestionar el calendario. Por si esto fuera poco, no se juega por tradición el domingo de la primera semana, aun habiendo años en los que ese domingo habría venido de lujo para recuperar partidos. Y es por esto que un año vimos a Rafa Nadal jugar tres o cuatro días seguidos mientras Roger Federer se los pasó sin pisar la cancha.
La tradición es muy bonita y evita situaciones como la de Madrid con la tierra batida azul pero a veces hay que tirar del sentido común también y pensar un poco en los jugadores y los espectadores. Este año el cuadro ya está desfasado, con jugadores terminando partidos un día después, y eso que aun no ha llovido a la inglesa.